En el mercado electoral, los partidos bajaron su valor a partir de una híperpersonalización de las campañas electorales. En este contexto, Mario Riorda, presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales y director de la Maestría en Comunicación Política en la Escuela de Posgrado en Comunicación de la Universidad Austral, reafirma a LA GACETA que aquellas campañas, como las conocimos hace tiempo, han muerto. Pero advierte que hay una buena noticia: las ideologías están más vivas que siempre, sólo que no se discuten ni se debaten. El politólogo considera que resulta llamativo que haya una ausencia de diálogo democrático, en un escenario en que la otredad, como punto de intercambio de ideas, ya no existe. Sólo se niega al otro, al circunstancial adversario electoral que, en muchos casos lleva a la denostación o a la estigmatización. “Por esa razón, sólo estamos literalmente en presencia de lo que se denomina un diálogo violento”, señala el analista en la entrevista concedida a nuestro diario.
-¿Cuáles son sus argumentos para afirmar que las campañas electorales tradicionales han muerto?
-Básicamente porque las que existen no instalan un debate sobre las futuras políticas públicas, porque no se debaten propósitos o ejes racionales de lo que hay que hacer, sino que se han convertido en fracturas sociales expuestas o, en todo caso, plebiscitos emocionales o ideológicos antes que un debate de agenda pública.
-¿A qué le llama plebiscito emocional?
-A las polarizaciones, donde los afectos y los sentimientos están por encima de la racionalidad respecto de lo que me favorece o lo que puede favorecernos. Cuando uno analiza el debate de lo que se ha dado en América latina, observamos que las campañas se han montado a través de clivajes, que no son otra cosa que dicotómicas en torno de temas, sin grises. Los clivajes que se han visto en Europa y también en Latinoamérica son ficticios, ampulosos; hipérboles, literalmente hablando, porque plantean cosas que, muchas veces, no son verdad, pero que suenan verosímiles y que afectiva o emotivamente son fáciles de defender como el caso de dictadura o república, comunismo o democracia, populismo o antipopulismo, que se ha mostrado en la Argentina también como kirchnerismo o antikirchnerismo y macrismo o antimacrismo. En ese contexto es donde la emocionalidad se plebiscita y las campañas dejan de ser debates y se convierten en posturas monologales. Incluso, en estos días, parte de la simplificación discursiva era motivado por la puja de ideas entre privilegiados versus endeudadores. La verdad es que el concepto de campaña electoral propositivas quedan muy irreal al describir posturas que apenas son verosímiles y, evidentemente, son un peligro, democráticamente hablando, por el exceso de simplificación.
-En el caso argentino, estamos viendo que la campaña actual tiene un mensaje casi apocalíptico, en el que algunos dicen ser la salvación y con liderazgos visiblemente personalistas que desdibujan, incluso, a los candidatos de cada fuerza electoral...
-Desde hace varias décadas que las campañas son híperpersonalizadas y, en nuestro caso particular, la figura del otro y la otra no es la de alguien que genera respeto, sino que se aplica, lo que en varias Ciencias Sociales se conoce como la otredad, que generalmente me interpela. Pero en el debate sólo existe el otro y la otra para ser humillado/a, para causar la estigmatización o la degradación. Lo hace el kircherismo con Mauricio Macri y lo hace el macrismo con Alberto Fernández o con Cristina Fernández de Kirchner. Esto es más que un signo de época; es un dato empírico que se observa en todo el mundo occidental en el que en la Argentina se manifiesta de manera superlativa en estos días.
-¿Cuánto pesa el aparato político en la decisión del votante? ¿Cuán decisiva puede ser una estrategia de ampliar los planes sociales para atender las necesidades sociales?
-Es muy poco el peso del aparato en la distribución de los beneficios sociales. Lo malo del esquema es que exista esa necesidad de que muchos beneficiarios de programas sociales dependan en demasía de la ayuda estatal. Lo bueno es que, cuando generalmente se otorgan, se observa que se ha roto la arbitrariedad clientelar en parte. Por lo tanto, muchos beneficios son conforme a un derecho. Esto achica el peso relativo de los aparatos partidarios. Y ni hablar de este tipo de campañas que tienen bajos niveles de movilización territorial, porque cada vez más se convierten en campañas hipermediáticas. Así, el peso tradicional de una estructura partidaria decrece.
-¿Cree que hay apatía de los electores, del ciudadano, frente a la pandemia, a los escándalos como el “Olivosgate” o la falta de propuestas de las fuerzas que compiten?
-Creo que voy a discutir seriamente que exista apatía. Hay enojo e incertidumbre; hay miedo y desesperanza; hay condiciones de corte negativo y escéptico, pero no apatía. Que las campañas no calen hondo no necesariamente significa que haya esa apatía respecto del sistema político. Lo que hay es un proceso que en Ciencias Políticas llamamos desafección política. El problema particular de la Argentina es que se representa una desafección parcial, emotiva y sentimental para aquel que está en contra de mi esquema o de mis valores. Esa reacción parcial se concentra en ira o enojo que tiene el votante kirchnerista enojado con el macrista y del macrista con el kirchnerista. Es no es apatía. Ahora bien, también observamos que los niveles de indecisión son bajos y de votación, potencialmente significativa. Insisto: no hay que confundir el enojo y la incertidumbre con la apatía.
-Me pongo en lugar de un candidato y dijo “tengo que hacer campaña en la Argentina”. ¿Cómo se puede encarar en función del estado de ánimos de la sociedad?
-Si tomamos en cuenta el deber ser, diría que es con propuestas. Y si me tengo que remitir a lo que vengo describiendo, debería concentrarme en ejes ideológicos. Por ejemplo, para graficar su estrategia electoral, a María Eugenia Vidal le preguntaron cuál era su principal propuesta. Y respondió: ponerle freno (al kirchnerismo). El discurso incluso se torna básicamente contraidentitario: no sé que quiero hacer, pero si sé claramente qué cosa es lo que no quiero. No quiero kirchnerismo en mi discurso. Ese es el eje más importante de la transformación discursiva con ejes contraidentitarios que no reflejan lo que soy, pero que sí promueven niveles de rechazo, de hostilidad contra el otro o la otra.
-Entonces, ¿seguimos en un círculo vicioso de los anti?
-Ni dudarlo. Pero no es un fenómeno estrictamente argentino. Es una tendencia que tiene que ver con la simplificación discursiva por el otro que, por un lado, se refleja en la merma del peso de las ideas y de los argumentos, con predominio de las personas y de posturas ideológicas descontextualizadas, y, por el otro lado, con un predominio del discurso contraidentitario que lo defino en aquello que expuse con el ejemplo de Vidal.
-En este escenario, ¿el valor de la palabra del dirigente o el candidato pierde peso en un momento en que la sociedad quieren que le digan las cosas tal cuál son?
-Por eso las ideologías, esas mismas que algún autor las definió como un atajo cognitivo que simplifica mi duda, la complejidad y que, en suma, trata de resolver las respuestas antes que me haga las preguntas.
-¿Murieron las ideologías?
-Al contrario, están más firmes que nunca, solo que no se discuten ni se debaten. Son dogmas más parecidos a los de la fe y que, de alguna manera, se construyen en un debate racional. La ideología tiene distintos componentes. Uno de ellos es la construcción adversarial. También la ideología tiene un contradestinatario, de alguien en quien uno se quiere diferenciar. El problema es que este peso específico de contradestinatario se ha tornado superlativo en este momento.